Quizás vivió tanto entre las vacas,
que aprendió a llorar como ellas,
para adentro, en sus adentros.
Mi padre silencioso,
rumiando en la escalera de la vida,
rasgando las nubes con su aliento.
Con pasos cortos medía su camino,
como el gorrión primerizo
en su aventurado primer vuelo.
Aspecto de un Machado anciano,
sentado en su sillón tan reflexivo,
liando ausente un cigarrillo…
Otras, apoyado en el bastón miraba
el corto horizonte, tras el cristal
moscardeado y estival de la ventana.
Tímidamente amaba y regañaba,
amor tan íntimo, invisible,
amaba con los ojos, sin palabras.
Y siempre escondido, para sí,
silbando y cantando regresaba
a una aldea astur con la memoria.
Guardaba para sí heridas y alegrías,
El hombre interior, impenetrable,
vivía dos vidas paralelas.
Sí, vivía con su otro yo,
y solo dejaba asomar su alma
cuando todas las noches, todas,
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