Harry Potter: la construcción y la deconstrucción de un héroe
José Manuel Pedrosa
Universidad de Alcalá
(...) En este joven Xebioso de los saxwè del exótico Benin no nos va a ser difícil apreciar, en definitiva -igual que podríamos apreciarlos en otros relatos de épocas y de culturas distintas-, muchos de los rasgos y de las dotes, nada originales y sí, en cambio, convencionalmente universales, de nuestro muy celebrado Harry Potter:
Hubo un tiempo en que vivía Meto-Lonfin, el rey poderoso y jefe supremo de todos los vodún. Era un anciano muy rico y poderoso que tenía muchas mujeres que habían dado a luz a tantos niños que apenas los conocía a todos. A algunos de sus hijos ni siquiera los había llegado nunca a ver, ni de cerca ni de lejos.
Al sentir que llegaba el fin de sus días, le asaltó el deseo de dejar en buenas manos, es decir, en las de aquel que más lo mereciese de entre sus hijos y nietos, no sólo su herencia, sino también sus poderes y las funciones que cumplía. Decidió, en consecuencia, reunirlos a todos, hembras y varones.
El tambor sonó para anunciar la voluntad del anciano y fueron despachados emisarios que se encargaron de convocar a todas las familias, sin que faltase ni uno solo de sus miembros, a una reunión que se celebraría al cabo de cinco días.
El último de sus hijos, un chiquillo llamado Xebioso, vivía con su madre en un pueblo muy cercano a la casa paterna. La mujer y el chiquillo eran pobres, ya que habían sido abandonados por el que era marido de ella y padre de él. La única ropa de que disponía el muchacho era una vieja manta (adokpo) de rafia y algodón, que nunca se quitaba de su cuerpo delgado. Era tímido y miedoso.
Cuando resonó el gong, Xebioso se apresuró a informarse de lo que anunciaba, y regresó, tembloroso y preocupado, para dar cuenta a su madre del llamamiento del temible anciano, jefe del clan, del que sabía que existía, pero al que nunca había visto.
-¿De dónde sacaré el valor para presentarme ante mi padre con esta vestimenta ridícula? -preguntó el chiquillo a su mamá-.
Ella le contestó:
-En vísperas de la reunión, lava tu manta, enciérrate en algún lugar mientras se seque y, al día siguiente, cúbrete con ella y preséntate junto con todos los demás.
Sin tenerlas todas consigo, el chiquillo decidió ir a consultar al Fá para que le informase acerca de las razones de aquella convocatoria. Juntó todo lo que poseía, que no era más de diez cauris, las conchas blancas y brillantes que servían de moneda en el viejo Dahomey, y marchó hasta la casa del bokonon, el sacerdote-adivino.
Al sentir que llegaba el fin de sus días, le asaltó el deseo de dejar en buenas manos, es decir, en las de aquel que más lo mereciese de entre sus hijos y nietos, no sólo su herencia, sino también sus poderes y las funciones que cumplía. Decidió, en consecuencia, reunirlos a todos, hembras y varones.
El tambor sonó para anunciar la voluntad del anciano y fueron despachados emisarios que se encargaron de convocar a todas las familias, sin que faltase ni uno solo de sus miembros, a una reunión que se celebraría al cabo de cinco días.
El último de sus hijos, un chiquillo llamado Xebioso, vivía con su madre en un pueblo muy cercano a la casa paterna. La mujer y el chiquillo eran pobres, ya que habían sido abandonados por el que era marido de ella y padre de él. La única ropa de que disponía el muchacho era una vieja manta (adokpo) de rafia y algodón, que nunca se quitaba de su cuerpo delgado. Era tímido y miedoso.
Cuando resonó el gong, Xebioso se apresuró a informarse de lo que anunciaba, y regresó, tembloroso y preocupado, para dar cuenta a su madre del llamamiento del temible anciano, jefe del clan, del que sabía que existía, pero al que nunca había visto.
-¿De dónde sacaré el valor para presentarme ante mi padre con esta vestimenta ridícula? -preguntó el chiquillo a su mamá-.
Ella le contestó:
-En vísperas de la reunión, lava tu manta, enciérrate en algún lugar mientras se seque y, al día siguiente, cúbrete con ella y preséntate junto con todos los demás.
Sin tenerlas todas consigo, el chiquillo decidió ir a consultar al Fá para que le informase acerca de las razones de aquella convocatoria. Juntó todo lo que poseía, que no era más de diez cauris, las conchas blancas y brillantes que servían de moneda en el viejo Dahomey, y marchó hasta la casa del bokonon, el sacerdote-adivino.
-Vete a buscar una gavilla de mijo en rama y un poco de potasa para que los emplees en un sacrificio.
Apenas hubo reunido todos aquellos ingredientes, el bokonon ató la gavilla con un pedazo de tela blanca, diluyó la potasa en agua, regó el mijo y lo mezcló con el polvo del barro que había servido para inscribir el nombre del dios que se había manifestado. Luego le indicó a Xebioso:
-Cuando vayas a ver a tu Daa, a tu «padre», algo te causará miedo y te impedirá a que desaparezcas o a que huyas. Tendrás que demostrar mucho ánimo. Aprieta bien tu ropa en torno a tu cuello, y sujeta con mucha fuerza la gavilla en tu mano derecha.
A la mañana del quinto día, los hijos del anciano comenzaron a llegar desde todas partes: unos a pie, otros a caballo y, los más ricos, a lomos de camello. Se agruparon todos delante de la morada del jefe del clan. Y Xebioso, arrinconado en la última fila, intentó que se le viese lo menos posible, sin dejar de apretar su gavilla.
Hizo su aparición el anciano, sosteniendo en la mano una corta cuerda a la que estaba atado un caballo maravilloso, por lo menos diez veces más alto y más ancho que cualquier caballo normal. La simple visión del caballo causó espanto general.
El anciano liberó entonces al terrible corcel, el cual se lanzó a galope tendido contra el grupo de los herederos, lo que provocó una gran estampida. No hubo nadie que no buscase su salvación en la huida o que no se refugiase en algún hueco de árbol o en algún zarzal. Pasado todo el tumulto, sólo quedó en la plaza desierta el chiquillo Xebioso, tembloroso como una hoja dada al viento, sosteniendo firmemente su gavilla con su mano crispada. El caballo terrorífico se precipitó sobre él, como si quisiera hacerlo desaparecer. Xebioso pensó:
-He aquí, de seguro, la cosa terrible que me anunció Fá. ¡Y llega dentro de una nube de polvo! .
Cuando aquel terrible ser se encontró a sólo dos pasos de él, Xebioso le tendió la gavilla. El caballo se detuvo a olfatear. Lentamente, despacito, el chiquillo puso el mijo frente a la monstruosa cabeza del animal, que se calmó y empezó a engullir una comida que para su gusto era tan excelente.
El niño agarró la cuerda con su mano izquierda. El caballo, tras comer, resopló fuertemente, pero Xebioso le había perdido ya el miedo. Sin soltar el tremendo corcel, lo condujo muy despacito hasta donde estaba su padre, quien exclamó:
Los otros hermanos, que seguían escondidos tras los troncos de grandes árboles, e incluso dentro de los agujeros que se abrían en sus troncos, se preguntaron quién podía ser aquel chiquillo al que desconocían, y quién le podía haber dado tal poder y audacia.
Salieron de su escondrijo y fueron acercándose uno por uno. Cuando volvieron a estar todos juntos, su padre les habló así:
-A partir de este día -declaró-, este chiquillo, Xebioso, será el que gobierne sobre todos vosotros.
Sólo él tendrá el derecho de matar según su capricho. Vosotros, si queréis matar, habréis de pedirle previamente permiso, y él podrá otorgarlo o denegarlo.
A continuación, el padre otorgó a Xebioso una voz terrible y una fuerza enorme, capaces de causar el terror del resto de los seres.
Así es como, gracias a Owarin-Medji, nació Xebioso, el trueno, el rayo, el señor de la guerra, el más poderoso de todos los dioses, el mismo al que los yorubas conocen no como Xebioso, sino como Changó.
La versión original de este artículo fue publicada en José Manuel Pedrosa, «Harry Potter: la construcción y la deconstrucción de un héroe», Educación y Biblioteca 20:164 (marzo-abril 2008) pp. 62-64.
A continuación, el padre otorgó a Xebioso una voz terrible y una fuerza enorme, capaces de causar el terror del resto de los seres.
Así es como, gracias a Owarin-Medji, nació Xebioso, el trueno, el rayo, el señor de la guerra, el más poderoso de todos los dioses, el mismo al que los yorubas conocen no como Xebioso, sino como Changó.
La versión original de este artículo fue publicada en José Manuel Pedrosa, «Harry Potter: la construcción y la deconstrucción de un héroe», Educación y Biblioteca 20:164 (marzo-abril 2008) pp. 62-64.
Harry Potter: la construcción y la deconstrucción de un héroe © José Manuel Pedrosa
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