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domingo, 14 de febrero de 2010

EL PRÍNCIPE, N. Maquiavelo


Los consejos son siempre útiles. Unas veces, para seguirlos al pie de la letra. Otras, para hacer todo lo contrario de lo que te recomiendan.
Es muy posible que el famoso florentino no sintiera en el fondo lo que decía ni se identificara con lo que aconsejaba, haciendo gala de cinismo y crudeza.
Hasta puede ser que distorsione su propio pensamiento para halagar al destinatario de su obra y expresar lo que éste prefiere escuchar, en lugar de aquello que en realidad le apetece decirle. Quizá tenía muy presente aquella frase de Tácito en los Anales: "Sabía muy bien Germánico que los tribunos y centuriones tienen por costumbre decir las cosas mas como saben que han de agradar que como ellos las entienden".
Maquiavelo cuando escribe El príncipe se había quedado sin empleo y tal vez estaba ansioso de volver al ejercicio activo de la política al servicio de Médicis.

XVII. Sobre la crueldad y la compasión, y si vale más ser amado que temido, o todo lo contrario.

De aquí surge un dilema: si es mejor ser amado que temido, o viceversa. Se podría contestar que ambas cosas, pero puesto que es difícil combinarlas, en el caso en que hubiera que elegir una de ellas, es más seguro ser temido que amado. Porque de los hombres, en general, puede decirse lo siguiente: que son ingratos, volubles, simuladores y disimuladores, temerosos de los peligros, ávidos de ganancias, y mientras les haces el bien se te ofrecen incondicionalmente, te dan hasta su propia sangre, sus bienes, la vida, los hijos, pero como ya dije antes, sólo cuando no corren tiempos de penuria; sin embargo, cuando estos se aproximan, te dan la espalda. Por eso, el príncipe que ha confiado sólo en esas promesas, al no tener otras cosas en las que apoyarse, acaba mal, pues las amistades que se adquieren con dinero, y no con la grandeza y nobleza de espíritu, se compran, pero no se poseen, y en la necesidad no se puede contar con ellas. Además, los hombres tienen menos miramientos en perjudicar a quien se ha hecho querer que a otro que se ha hecho temer. Porque el amor se sostiene sobre el vínculo del deber, pero por ser los hombres tan malos, se rompe en beneficio propio; en cambio, el temor está sostenido por un miedo al castigo que no te abandona nunca.
A pesar de todo, el príncipe debe hacerse temer, pues en caso de que no se gane el cariño de los suyos, por lo menos así evita que le odien, porque puede ser perfectamente temido y odiado a la vez. Esto lo conseguirá siempre y cuando no se apodere de los bienes y mujeres de sus ciudadanos y de sus súbditos. Aun en el caso de que se viera obligado a matar a alguien que lo haga siempre que exista una justificación y una causa manifiesta; pero ante todo, que se abstenga de quedarse con los bienes ajenos, pues los hombres se olvidan antes de la muerte de un padre que de la pérdida de su patrimonio.

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