El que busque el parámetro de la normalidad en el ser humano puede dejar de hacerlo, no existe, todos somos diferentes, únicos y especiales. Y cada uno merece su oportunidad, merece elegir lo que quiere ser en la vida. Lo que es evidente es que desde que nacemos somos un gran elemento: Un ser humano más.
Aquí debajo dejo noticia que aún descubrí hoy, sabias palabras las de la directora del cole, Puri:«Aquí todos, padres, profesores y alumnos, tenemos la convicción de que estos niños nos enriquecen»,
El Seis do Nadal de Vigo ejemplifica la integración de los casos especiales entre el alumnado convencional. De sus 500 alumnos, más de 20 sufren parálisis cerebral
Joel y Lucas son dos niños de cinco años. Durante el recreo juegan juntos en una esquina del patio con dos muñecos de la serie Pokemon. «No son Pokemon, son gormitis», aclara Joel. El baile de los dos muñecos de goma no excede del regazo de Joel, que pone voz a su juguete: «¡A ver si me pillas!». Al de Lucas no le resulta muy difícil, pero participa del juego y persigue al otro bicho por el mandilón de Joel hasta que lo coge y le zumba la badana.
La pequeña escena se desarrolla en el colegio Seis do Nadal, de Vigo, y no tendría mayor interés si no fuera porque Joel sufre distrofia muscular y está sentado en una silla de ruedas. Su gormiti no vuela porque la manita que lo sujeta apenas puede hacerlo, pero a Lucas no le importa la baja intensidad de la acción y repite una y otra vez el cuerpo a cuerpo entre los dos monstruos sobre las piernas de su compañero de clase.
Paseando por las aulas del Seis do Nadal, un colegio en el que están matriculados más de quinientos chavales, es raro encontrar alguna sin alumnos especiales. Sobre todo, paralíticos cerebrales. Es el centro de referencia de Vigo para la escolarización de afectados por esta enfermedad. Y hay más de veinte, la mayoría repartidos con los cursos de su edad. Así que por allí está María, en la clase de tres años, sonriendo como el resto y con una corte de niños que se matan por ayudarla. Es su primer curso y de momento se enfrenta a su propia pizarra con dos cartones: en uno hay una cara sonriente y en otro una cara triste; un sí y un no. María empieza a entender el juego de comunicación y, a veces, cada vez más veces, mueve la cabeza hacia uno de los dos lados.
Adaptando
En el aula no hay miradas extrañas, ninguna perturbación. Tampoco abajo, en el patio de columnas que el colegio ha ido acondicionando con recursos propios hasta convertirlo en una colorista aula de psicomotricidad. Allí está Joel, el alumno que más tarde iba a ponerme al día sobre el universo gormiti, en medio de sus colegas que se retuercen por el suelo mientras la profesora les pide que se toquen al mismo tiempo la nariz y el tobillo. Mira desde la silla y se ríe. Cuando hay que moverse, siempre hay alguien que agarra su silla. En clase, explica la directora, Purificación Fernández, Joel sigue el mismo ritmo académico que sus compañeros. Solo necesita un pupitre especial con objetos más accesibles y a mayor altura.
En el colegio hay otras tres aulas específicas y adaptadas para educación especial. Por allí hay gente más talludita. Sara tiene 15 años y hace un examen. Primero frente a una pantalla, armada con un licornio, que le permite usar el teclado. La educadora debe sujetarle la cabeza y ella le dirige el artefacto hacia su respuesta. Ahora responde a unos ejercicios para diferenciar decimales. Mientras Sara dirige su licornio hacia el teclado, la directora explica cómo fabricaron el primero, hace años, con una aguja de calcetar.
«Nos enriquecen»
El colegio es una de las joyitas de la consellería, ejemplo de integración y de capacidad de respuesta ante demandas educativas distintas, aunque no todos en Galicia son así, claro. Con aulas adaptadas no hay tantos. Aquí se pide un ergoterapeuta que controle cómo se sientan los alumnos, especialmente los que siempre están sentados; o una atención informática continuada, específica y adaptada a la diversidad del colegio. Son muchos años que han tejido un funcionamiento sólido de la comunidad educativa. «Aquí todos, padres, profesores y alumnos, tenemos la convicción de que estos niños nos enriquecen», dice la directora. Y aunque Lucas, el chaval que maneja el gormiti que no vuela porque no quiere, no lo sepa todavía, así es: Joel está contribuyendo decisivamente a su educación.
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