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jueves, 1 de marzo de 2018

“Los psiquiatras de Franco” Los rojos no estaban locos...

Enrique González Duro, psiquiatra del Hospital Gregorio Marañón, de Madrid, nos enseña en su libro “Los psiquiatras de Franco” el pensamiento que asistía a personajes psiquiátricos como Vallejo Nájera, López Ibor, Merenciano y otros, y cómo instituyeron una psiquiatría nacional católica; con ese pensamiento y esas prácticas que llevaron al hilo del pensamiento y práctica psiquiátricos alemanes de las décadas del 30 y 40 del siglo XX, nazis, calificaban a los defensores de la República como locos. Los libros que empleaban eran traducciones del alemán y hasta los conceptos que verbalizaban eran los usados por los alemanes nazis; sin desarrollar nada propio llegaban a declarar que encontraban grandes analogías entre alemanes y españoles. Deberemos creer que se refieren a ellos mismos: falangistas, nazis y católicos. El pensamiento de los psiquiatras que se denominaban españoles de raza era, por tanto, únicamente copia del nazismo, aquí con el añadido del término “católico”.

 

Francisco Marco Merenciano, católico y falangista, decía que la locura era un castigo por el “pecado que por su naturaleza llevarás al castigo de la imposibilidad de arrepentimiento”, con lo que la “locura” era incurable. La solución: convertir al “loco rojo” en católico.

En otra vertiente de sus explicaciones, el psicoanálisis, la obra de Freud estaba prohibida por considerarla subversiva, liberaba “las bajas pasiones”, y cuando finalmente reeditaron la obra del fundador de la psiquiatría moderna, lo hicieron con una introducción condimentada para “cristianos”. Vallejo Nájera declaraba: “el pueblo español profesa en su mayoría el catolicismo, y es la primera de las condiciones de nuestra psiquiatría que no contradiga el dogma y la moral católica”. El mandato divino franquista era articular una psicoterapia que tuviese como objetivo la obediencia del paciente al poder establecido, psicoterapia, que la llamaban española, con la que pretendían hacer volver al “enfermo” a lo que denominaban bases antropológicas, para arreglar el problema mental había de disponer el alma en el camino “hacía Dios del que nos aleja el pecado y nos acerca la Gracia;…” González Duro se pregunta ante este panorama: “¿la psicoterapia debía quedar en manos de los médicos o de los curas?”.

Calificando como enfermo psíquico a quien no obedece a los postulados católicos y falangistas se formó en las universidades a las generaciones de psiquiatras que vendrían después, de este modo, los “tratamientos” más bárbaros fueron posteriormente justificados. Enfermos mentales, mendigos, vagabundos y represaliados políticos que pasaban por las manos de semejantes asesinos sufrían sus torturas. Aun así no dejaba de haber respuesta, Enrique González Duro nos recuerda una de ellas: “Se dio en Miraflores (hospital psiquiátrico) la curiosa circunstancia de que desde 1942 a 1949 fuese su administrador el jefe del Comité Regional del Partido Comunista en la clandestinidad. Aprovechándose de su cargo, facilitó la fuga de buen número de republicanos condenados a muerte, que habían pasado de la cárcel al manicomio”.

De los escritos de ésta clase de “psiquiatras”, González Duro nos expone los tratamientos que aplicaban, terroríficos hasta el punto de que algunos de estos verdaderos locos “psiquiatras” como Ramón Sarró, Solé Segarra, Marco Merenciano, Vallejo Najera, López Ibor …, dejaron constancia escrita de lo que aquellos a quienes trataban les rogaban a gritos “llorando para que no le inyectemos –Cardiazol- invocando la memoria de nuestros padres y nuestros hijos”; el Cardiazol causaba tal estado que llevaba al inyectado al borde de la muerte; y si no era el Cardiazol era el electrochoque, que el doctor González Duro denuncia que aún sigue empleándose, a pesar de los avances en psicofarmacología. ¿Qué queda de la psiquiatría falangista y católica en España? Esta pregunta que hago me recuerda un título de Enrique González Duro: “¿Qué queda del franquismo en España?” Pero los tratamientos de estos doctores asesinos no se reducían al Cardiazol y al electrochoque, sino que aplicaban también la provocación del coma hipoglucémico; el choque acetilcolínico; la carbonarcosis; el bombeo espinal, y llevaban a cabo intervenciones neuroquirúrgicas (lobotomía, leucotomía, etc.). Sus centros de encierro eran las casas de los horrores católicos y falangistas, donde se llevaban a cabo prácticas empleadas por los nazis. El pecado cometido quienes sufrían semejantes atropellos devenía de su conducta social. El trastorno que podían sufrir algunos provocado por la guerra y sus consecuencias no figuraba entre las causas a tener en cuenta. El terror buscaba reconvertirlos en católicos fieles al orden fascista, orden que despreciaba tanto las causas en los “enfermos” como “el desarrollo psíquico” que llamaba López Ibor. El único objeto del estudio de la psicopatología fenomenológica que empleaban “no era (para) conocer mejor al paciente, sino para diagnosticarlo mejor”, declaraba el psiquiatra falangista y católico; él mismo decía “que no había motivaciones para los síntomas psiquiátricos, ni siquiera para los simples actos humanos”, todo era físico, hasta las neurosis, de ahí que la intervención se llevase a cabo físicamente.

En contra de Freud también asumieron estos psiquiatras terroristas el existencialismo germánico, que era según Sarró “un retorno a la tradición secular en la teoría del hombre…”, con ello se recogía la concepción pesimista de la existencia, de pie metafísico y sin conflicto con la realidad, pero en este caso se recurría a la subjetividad como solución ante el desastre de la posguerra, con lo que los análisis, apartados de la realidad, llegaban a conclusiones abstractas, a especulaciones teóricas y meras exposiciones retóricas. Toda su acción estaba dirigida contra quienes eran calificados de “psicópatas antisociales” para luego ser separados en campos de trabajo hasta lograr su readaptación social: “Y sobre todo procuraremos por todos los medios a nuestro alcance una regeneración fundamental de la Raza… Regeneración que debe ser somática y mental. A la Raza…no puede exponérsela a que degenere por no ejercerse sobre el medio ambiente social de la posguerra una purificación física a fondo”.

A todo esto, la iglesia católica tenía hambre de figuración y mientras los internos se morían de hambre física y enfermedades curables sin tratar, por ejemplo en el manicomio de Salt (Gerona) el obispo se llevaba el dinero para la reconstrucción de la capilla donde quería oficiar las misas; mención aparte se merece el que en su objetivo de “reeducación” para hacer retroceder al mundo cabía una práctica más: volver a las corporaciones de beneficencia del siglo XVIII.

Pero volviendo al estado social que implantaron los falangistas y católicos, nos encontramos con que dio como consecuencia la multiplicación del número de ingresos psiquiátricos, y la teoría del “virus marxista” se hundió, fueron dejando de propagarlo de tan inverosímil como resultaba. Ante el aumento constante e imparable de los ingresos de presos políticos, mendigos, vagabundos, familias sin casa ni porvenir, y gentes que se trastornaban a consecuencia del estado al que dieron lugar, crearon el consultorio privado, abandonando a quienes por desgracia caían en los “manicomios públicos”; las eminencias falangistas y católicas hicieron un negocio con la locura que surgía en las familias pudientes, dando a esos enfermos un trato más considerado en base a su postulado católico: “Allí donde falta la fe, donde hay una ausencia de Gracia, no puede haber solución; es decir, conformidad y consuelo”. Desde tal principio negaban toda responsabilidad y se burlaban de los avances de la psiquiatría en Francia o Inglaterra entre otras cosas con la vida fuera del psiquiátrico, declarando, como López Ibor en 1955, que aquí la familia (¿?) asistía a los enfermos y por tanto esos casos estaban resueltos.

Antes de concluir es necesario que señale cómo a lo largo del libro, dedicado en una primera parte al análisis de las circunstancias históricas de las y los defensores de la República tras el golpe de Estado y en el desarrollo de la guerra, González Duro explica, y hace aportaciones muy significativas, algunos conceptos utilizados por los asesinos de Lesa Humanidad como aquel con el que tildaban a los republicanos: “rebeldes”; cuál es la operación mental que emplean en ello, su posicionamiento histórico y el por qué de la llamada reeducación del pueblo bajo los preceptos que ya se han expuesto.

Finalmente, González Duro homenajea a los republicanos que padecieron y murieron bajo el franquismo a manos de estos criminales, y nos recuerda la importancia, para la Historia y la Memoria Democrática, de la recuperación de todos los datos posibles de ese periodo nefasto para liberar la inteligencia, y cómo, sólo así romperemos el silencio hecho de miedo e ignorancia bajo el que católicos y falangistas, han enterrado los Derechos Humanos, y afirma que con ello crecerá la perspectiva republicana.

Un libro impactante, magnífico, que impulsa la necesaria ampliación de la conciencia social del lector.

La Gestapo colaboró, por ejemplo, en el establecimiento de los campos de concentración franquistas, donde supervisó experimentos encaminados —según el director médico que dirigió tales experimentos, el doctor Vallejo-Nájera— a purificar la raza española eliminando el gen rojo. Tal personaje, director de los Servicios Psiquiátricos del Ejército franquista, había sido educado en la Alemania nazi. Escribió extensamente (en libros titulados Eugenesia de la Hispanidad y regeneración de la raza, Política racial del nuevo Estado, y otros) sobre la degeneración de la raza española, que según él había ocurrido durante la República, postura, por cierto, también adoptada por López Ibor, quien había sostenido que el prototipo hispano estaba genéticamente definido. A juicio de Vallejo-Nájera se necesitaba en la España franquista una regeneración racial, debido al incremento de «tarados» y «enfermos» (términos que él utilizó para definir a las personas con discapacidades y a las personas enfermas, incluyendo como enfermedad también cualquier postura crítica al régimen franquista). Llegó incluso a criticar a la profesión médica por conservar la vida de los «degenerados» (tal como señala Michael Richards en el capítulo «Purificar España» de su excelente libro Un tiempo de silencio). Vallejo-Nájera promovió así las ideas racistas y prácticas genocidas nazis indicando que la «regeneración de la raza impone una política de eliminación de todos los agentes físicos, psicológicos y morales que degeneren la raza», y consideró la eliminación física, a través de asesinatos políticos, como parte de esta purificación de la raza. Instruyó también a las mujeres jóvenes a no leer libros excepto los religiosos, y definió a las mujeres republicanas como la forma más extrema de degeneración de la raza. En realidad, muchos de los experimentos realizados en los campos de concentración nazis en Alemania fueron realizados antes por la Gestapo en los campos de concentración franquistas. Es más, muchas de las víctimas de tales experimentos en los campos de concentración nazis fueron españoles republicanos residentes en Francia que fueron deportados por la Gestapo a tales campos. Esos republicanos españoles fueron el mayor grupo de deportados (después de los judíos) que la Gestapo llevó desde Francia a los campos de concentración nazis. En tales campos se les conocía por su triángulo azul en sus uniformes. El 64% de ellos murió en esos campos. Otros muchos que no fueron deportados a los campos de concentración fueron enviados por la Gestapo a Alemania, donde trabajaron como esclavos, mientras que otros fueron detenidos y llevados por la Gestapo a España —como el presidente de la Generalitat, Lluís Companys—, donde fueron fusilados.

Del coronel y psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera, Benjamín Prado recuerda su «programa de reeducación» de niños republicanos y sus ideas de regenerar la raza a costa de prohibir la procreación entre republicanos. Para Benjamín Prado lo más sorprendente es que este personaje convenció a Franco, al llegar la Guerra Civil, para que creara el Gabinete de Investigación Psicológicas del Ejército donde pensaba demostrar su teoría de que el marxismo era una tara mental, expresada en libros suyos como La locura y la raza. Psicopatología de la guerra española, Eugenesia de la hispanidad y regeneración de la raza o Psiquismo del fanatismo marxista donde hablaba de la «inferioridad mental de los partidarios de la igualdad social y política o desafectos». Una vez probado por Vallejo-Nájera que ser marxista era una enfermedad mediante a análisis y pruebas con prisioneros de la Brigadas Internacionales y con presas de la cárcel de Málaga, Benjamín Prado cuenta en Mala gente que camina cómo las autoridades franquistas crean una penitenciaria para madres lactantes en donde «disponen a su antojo de los hijos de las presas». «Cuando ejecutaban a sus madres o los niños excedían en edad, eran enviados a un seminario para que se los reeducase, o dados en adopción por la Iglesia y el Estado, que se habían atribuido su tutela legal para familias católicas afines a la causa». «La Iglesia hacía bautismos masivos y las monjas se llevaban a los niños de la prisión de las madres lactantes», agregó.
 
















































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