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jueves, 23 de noviembre de 2017

El coronel no tiene quien le escriba

Fragmento final
 
El coronel no supo si había oído esa palabra antes o después del sueño. Estaba amaneciendo. La ventana se recortaba en la claridad verde del domingo. Pensó que tenía fiebre. Le ardían los ojos y tuvo que hacer un gran esfuerzo para recobrar la lucidez.       
-Qué se puede hacer si no se puede vender nada -repitió la mujer.  
-Entonces ya será veinte de enero -dijo el coronel, perfectamente consciente-. El veinte por ciento lo pagan esa misma tarde. 
-Si el gallo gana -dijo la mujer-. Pero si pierde. No se te ha ocurrido que el gallo puede perder.  
-Es un gallo que no puede perder. 
-Pero supónte que pierda. 

-Todavía faltan cuarenta y cinco días para empezar a pensar en eso -dijo el coronel. 
La mujer se desesperó.  

-Y mientras tanto qué comemos -preguntó, y agarró al coronel por el cuello de la franela. Lo sacudió con energía-. Dime, qué comemos.

El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:

      -Mierda.
    

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